Objetivo: impulsar la Transformación Digital en el mundo global
La Inteligencia Artificial (IA) es el instrumento clave para impulsar la transformación digital a nivel global. Es un fenómeno que ha irrumpido con ímpetu en el ámbito social, político y económico del escenario global. De un modo disruptivo y transgresor, el mundo se ve abocado a asimilar un nuevo paradigma que añade nuevos retos, oportunidades, luces y sombras a la era digital. Además, en plena era de la información, la inteligencia artificial se ha convertido en un instrumento indispensable para procesar, analizar y asimilar los datos que se generan y consumen a velocidad de vértigo. Sin embargo, no se trata de una herramienta única “per se”, sino de un conjunto de técnicas y métodos que se pueden aplicar en diferentes dominios y situaciones.
La inteligencia artificial debe ser considerada como un instrumento “generativo”, y no como una opción “creativa”, puesto que su capacidad para generar información se basa en conocimiento existente y disponible para la elaboración de aplicaciones prácticas, en oposición a la creación, que es disruptiva, sin dependencia de contenido real. En el futuro, la inteligencia artificial será capaz de “imitar” de una forma perfecta determinados comportamientos y características humanas, tales como el diálogo o la expresión de emociones, lo cual, sin duda, generará tensiones. Por este motivo, una de las claves para poder aprovechar su elevada capacidad “generativa”, radica en situarla al servicio de la capacidad “creativa” de la inteligencia humana.
La IA generativa es algo que no se debe despreciar, puesto que su potencial es demasiado valioso para ignorarlo, incluso en un escenario de sucesos en el que la realidad tiende a evaporarse. En un futuro no muy lejano, es posible que el ser humano pierda parte de su capacidad para distinguir entre la realidad y la ficción creada por las máquinas, un futuro complejo que será acompañado de otros eventos del mundo real, que obligará a considerar que el fin de la percepción del concepto de “realidad” en ningún caso representa algo positivo para la humanidad.
La IA representa un avance muy sustancial desde el punto de vista tecnológico, pero, sin embargo, hay que entender que no reemplaza el sentido común, el criterio o la lógica, como tampoco la conciencia, la ética, la empatía y la capacidad de generar soluciones innovadoras. Es una herramienta que, en todo caso, acelera procesos que podrían darse de manera automática, y que requieren tiempo para desarrollarse, pero que en ningún caso sustituye a la persona. En otras palabras, lo que hay que procurar es la cooperación entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana, igual que lo que desde hace tiempo ha ocurrido con la llamada realidad aumentada, una combinación de inteligencia humana con inteligencia artificial.
Un instrumento que requiere ser utilizado con visión de futuro
Es probable que, a medida que se avance en métodos de esta naturaleza, la inteligencia artificial adquiera mayor protagonismo, sobre todo en acciones que tengan que ver con actividades molestas, rutinarias o repetitivas que requieran analizar, procesar y utilizar grandes volúmenes de información. También es probable que esta herramienta constituya durante los próximos años el pilar fundamental para renovar y ajustar el modelo de negocio de sectores clave para el desarrollo sostenible, como es el caso de la industria, la sanidad, la energía, la agricultura, el comercio y los servicios financieros. Además, es importante tener en cuenta el potencial de la IA como poderoso instrumento para controlar, gestionar y resolver los importantes problemas y desafíos ambientales que en estos momentos afectan al escenario mundial.
En las empresas, la inteligencia artificial aporta beneficios importantes, como son la mejora de los procesos, la reducción de los costes, el mejor uso de los recursos, la reducción de errores de producción, y genera más calidad y mayor eficiencia. A todo ello, se suman las ventajas que aportan al proceso las técnicas representadas por los llamados “sistemas ciberfísicos”, en los cuales se integran con efecto sinérgico la digitalización y la automatización con los procedimientos industriales clásicos.
Es probable que tenga que transcurrir bastante tiempo hasta que sea posible apreciar el verdadero alcance de la inteligencia artificial, pero hay que reconocer que hoy en día constituye el motor fundamental de la transición digital. En cualquier caso, la clave está en que es el propio ser humano quien debe controlar las tecnologías, y no lo contrario. En un futuro próximo, adquirirá preeminencia la capacidad humana relacionada con la creatividad, la innovación, la empatía, el sentido común, el talento y el criterio, aspectos que la inteligencia artificial no es capaz de sustituir, pero sí de incrementar. Lo idóneo es establecer la inteligencia artificial como una herramienta abierta al público, y hacer que todos puedan tener acceso a ella, evitando que sea controlada de manera tendenciosa por determinados grupos de interés, o bloqueada por gigantes tecnológicos.
El reto y la oportunidad de acelerar la prosperidad global
La IA está destinada a transformar muchos aspectos del quehacer personal y laboral, desde la forma y estilo del trabajo y de las comunicaciones, hasta la manera en que se toman las decisiones y se interactúa con los demás, ya que se trata de una herramienta creada por humanos y debe ser utilizada de manera responsable. El impacto de esta tecnología es actualmente tangible, y ofrece una serie de ventajas clave para la prosperidad, tanto a nivel individual como global. La IA se deberá establecer en las empresas y en la vida de las personas como un “acelerador”, un instrumento que sirva para impulsar el potencial creativo. No posee facultades para empatizar con los usuarios, ni para anteponer la ética a la prestación de un determinado servicio, pero fortalece la capacidad humana y facilita transitar hacia el logro de resultados que hoy pueden parecer utópicos. En otras palabras, como cualquier tecnología innovadora, la IA debe ser implementada partiendo de la base de que la capacidad del ser humano es ilimitada, y puede ser ampliada hasta el infinito gracias a la tecnología, siempre y cuando el control de todo el abanico de posibilidades permanezca en sus manos.
Cabe también subrayar que, como ocurre con cualquier novedad revolucionaria y transgresora que irrumpe con fuerza generando impacto en el escenario social y económico, no se debe dejar de lado la consideración de las implicaciones éticas de la digitalización, el instrumento que marcará ineludiblemente el desarrollo y el progreso a lo largo del siglo XXI. La ética de lo digital, y en especial de la inteligencia artificial, está llamando la atención de diversos sectores del ámbito social, político y económico del mundo global. Sin embargo, como ocurre frecuentemente con las relaciones éticas, es importante evitar que lo “digital” se convierta en una herramienta justificadora de tendencias, en lugar de ser el principio sobre el cual construir una sociedad justa y equitativa. La ética que catalice el desarrollo sostenible no puede limitarse a un movimiento negativo, o simplemente crítico. La ética digital tiene que ser positiva y constructiva, con enfoques que ayuden dibujar horizontes que alimenten la planificación y la puesta en marcha de acciones concretas.
La sociedad tiene que diseñar de forma colectiva los necesarios mecanismos de defensa para mitigar los posibles riesgos de la digitalización, y potenciar rutinas que generen un impacto positivo y sistémico para superar los retos y riesgos que, con toda probabilidad, surgirán a lo largo del camino que ha de conducir hacia el fortalecimiento sostenido del progreso en el mundo global.
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